lunes, 8 de agosto de 2011


Yo no escogí enamorarme de ti,
pero la primera vez que te besé nuestros dientes se rozaron por una milésima de segundo, y fué increíble. Y la hora exacta de ese beso eran las doce y diez, y quité la pila del reloj para que se quedara la hora detenida para siempre. Parada. El minuto exacto en el que me besastes está metido en un reloj, para siempre.
Y ya nunca sé que hora es.
Pero me da igual.
Y desde entonces miro constantemente el reloj.

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